Volviendo a los orígenes.
Hay libros que te acompañan desde la infancia,
incluso sin haberlos leído. Es el caso de El
disputado voto del señor Cayo. Recuerdo desde siempre haber visto la novela
de Miguel Delibes en la biblioteca de mis padres. Siendo un mocoso, me llamaba la atención su título, tan pomposo, tan sonoro, tan
intrincado. Ahora que por fin la he leído, he descubierto que el título pudiera
resultar engañoso. Aunque el protagonista por excepción sea el señor Cayo, y el
motivo de su aparición en escena sea conseguir el voto de él y sus vecinos, no
hay tal disputa, la ambición electoralista de los personajes que van a visitar
al señor Cayo va diluyéndose conforme se van dando cuenta de la singularidad de
la personalidad y vida de este individuo, cuando comprenden que los habitantes
del mundo rural no necesitan sus políticas.
—Ahora
es un problema de opciones, ¿me entiende? Hay partidos para todos y usted debe
votar la opción que más le convenza. Nosotros, por ejemplo. Nosotros aspiramos
a redimir al proletariado, al campesino. Mis amigos son los candidatos de una
opción, la opción del pueblo, la opción de los pobres, así de fácil.
El señor
Cayo le observaba con concentrada atención, como si asistiera a un espectáculo,
con una chispita de perplejidad en la mirada. Dijo tímidamente:
—Pero yo
no soy pobre.
Rafa se
desconcertó:
—¡Ah! —dijo— entonces usted, ¿no necesita nada?
—¡Hombre!,
como necesitar, mire, que pare de llover y apriete el calor.
Esta novela me ha servido para redescubrir que
la pluma de Delibes es garantía de calidad. En su día ya me habían encantado El camino y El príncipe destronado, pero por alguna razón que no puedo explicar,
al menos de forma coherente, no me había
animado a continuar con sus otras obras.
Ahora me anoto la tarea casi como una obligación.
El
disputado voto del señor Cayo empieza en plena vorágine electoral. Año
1977. Se acercan las primeras elecciones democráticas y en la sede de un
partido político se programan las últimas actuaciones para arañar votos. Todo
son prisas. Dos candidatos y un militante son enviados a hacer campaña a tres
pequeños pueblos del norte de Castilla. En el primero de ellos, Cureña, únicamente
habitan tres personas: el señor Cayo, su mujer sorda y otro vecino, enemistado
con el señor Cayo por alguna supuesta rencilla pasada. Cuando los tres
representantes del partido se encuentran con el señor Cayo descubren una
realidad —la del medio rural— muy distinta de la que ellos conocen. Para uno de
ellos, Víctor Velasco, el principal candidato, es fascinante y reveladora,
mientras que para los otros dos, Rafa y Laly, más jóvenes, es una realidad
incomprensible, llamada a extinguirse en el proceso irremediable del abandono
rural.
Uno de los aspectos más interesantes de esta
obra es la transformación que sufre el candidato a diputado, que, entre otras
reflexiones, le lleva a cuestionarse su papel en la sociedad. El choque
cultural es otro de los elementos más destacados de la novela, así como la
diferente percepción de la vida, incluso las diferencias en el uso del lenguaje
entre los políticos de ciudad y el hombre de campo.
Me ha gustado que toda la acción de la novela
transcurra en apenas veinticuatro horas, ya que como lector he tenido la
sensación de haber experimentado un viaje mucho más largo, desde el momento en
que se abandona la prisa de la ciudad y uno se sumerge en un concepto diferente
del tiempo, el que dicta la naturaleza y que rige los hábitos del señor Cayo.
Mi conclusión es que es una novela de lectura
obligatoria. No solo por su excelente prosa —aunque en algún sitio he leído que
es una obra menor de Delibes—, sino porque
refleja algunas características de los tejemanejes políticos muy reveladores, y
porque, ante todo, es una oda a las personas que viven realmente con los pies
en la tierra, cuyo esfuerzo y trabajo les da (literalmente) de comer, que permanecen
ajenos a otras realidades, no ya la de los políticos, sino de la gente de
ciudad. Un mundo que, sin embargo, se mueve bajo la dictadura del pensamiento
urbanita.
Alguna vez escuché a un niño decir que la
leche viene del Mercadona. Efectivamente, uno la compra en el Mercadona y puede
beber leche sin haber visto una vaca en toda su vida. Es una realidad
incuestionable. Sin embargo, como bien plantea Víctor, el candidato político,
si hubiera una bomba que destruyera el mundo, «El señor Cayo podría vivir sin
Víctor, pero Víctor no podría vivir sin el señor Cayo». La realidad alejada del
mundo rural sigue siendo una realidad, como encontrar leche en el Mercadona,
pero es una realidad transformada por los seres humanos. En su origen, se
asemejaba mucho más a la del señor Cayo. Y no está bien olvidar los orígenes…