lunes, 29 de septiembre de 2014

El disputado voto del señor Cayo

Volviendo a los orígenes.

Hay libros que te acompañan desde la infancia, incluso sin haberlos leído. Es el caso de El disputado voto del señor Cayo. Recuerdo desde siempre haber visto la novela de Miguel Delibes en la biblioteca de mis padres. Siendo un mocoso, me llamaba la atención su título, tan pomposo, tan sonoro, tan intrincado. Ahora que por fin la he leído, he descubierto que el título pudiera resultar engañoso. Aunque el protagonista por excepción sea el señor Cayo, y el motivo de su aparición en escena sea conseguir el voto de él y sus vecinos, no hay tal disputa, la ambición electoralista de los personajes que van a visitar al señor Cayo va diluyéndose conforme se van dando cuenta de la singularidad de la personalidad y vida de este individuo, cuando comprenden que los habitantes del mundo rural no necesitan sus políticas.

Ahora es un problema de opciones, ¿me entiende? Hay partidos para todos y usted debe votar la opción que más le convenza. Nosotros, por ejemplo. Nosotros aspiramos a redimir al proletariado, al campesino. Mis amigos son los candidatos de una opción, la opción del pueblo, la opción de los pobres, así de fácil.
El señor Cayo le observaba con concentrada atención, como si asistiera a un espectáculo, con una chispita de perplejidad en la mirada. Dijo tímidamente:
Pero yo no soy pobre.
Rafa se desconcertó:
¡Ah! dijo entonces usted, ¿no necesita nada?
¡Hombre!, como necesitar, mire, que pare de llover y apriete el calor.

Esta novela me ha servido para redescubrir que la pluma de Delibes es garantía de calidad. En su día ya me habían encantado El camino y El príncipe destronado, pero por alguna razón que no puedo explicar, al menos de forma coherente, no me había animado a continuar con sus otras obras. Ahora me anoto la tarea casi como una obligación.

El disputado voto del señor Cayo empieza en plena vorágine electoral. Año 1977. Se acercan las primeras elecciones democráticas y en la sede de un partido político se programan las últimas actuaciones para arañar votos. Todo son prisas. Dos candidatos y un militante son enviados a hacer campaña a tres pequeños pueblos del norte de Castilla. En el primero de ellos, Cureña, únicamente habitan tres personas: el señor Cayo, su mujer sorda y otro vecino, enemistado con el señor Cayo por alguna supuesta rencilla pasada. Cuando los tres representantes del partido se encuentran con el señor Cayo descubren una realidad —la del medio rural— muy distinta de la que ellos conocen. Para uno de ellos, Víctor Velasco, el principal candidato, es fascinante y reveladora, mientras que para los otros dos, Rafa y Laly, más jóvenes, es una realidad incomprensible, llamada a extinguirse en el proceso irremediable del abandono rural.

Uno de los aspectos más interesantes de esta obra es la transformación que sufre el candidato a diputado, que, entre otras reflexiones, le lleva a cuestionarse su papel en la sociedad. El choque cultural es otro de los elementos más destacados de la novela, así como la diferente percepción de la vida, incluso las diferencias en el uso del lenguaje entre los políticos de ciudad y el hombre de campo.

Me ha gustado que toda la acción de la novela transcurra en apenas veinticuatro horas, ya que como lector he tenido la sensación de haber experimentado un viaje mucho más largo, desde el momento en que se abandona la prisa de la ciudad y uno se sumerge en un concepto diferente del tiempo, el que dicta la naturaleza y que rige los hábitos del señor Cayo.

Mi conclusión es que es una novela de lectura obligatoria. No solo por su excelente prosa —aunque en algún sitio he leído que es una obra menor de Delibes—, sino porque refleja algunas características de los tejemanejes políticos muy reveladores, y porque, ante todo, es una oda a las personas que viven realmente con los pies en la tierra, cuyo esfuerzo y trabajo les da (literalmente) de comer, que permanecen ajenos a otras realidades, no ya la de los políticos, sino de la gente de ciudad. Un mundo que, sin embargo, se mueve bajo la dictadura del pensamiento urbanita.

Alguna vez escuché a un niño decir que la leche viene del Mercadona. Efectivamente, uno la compra en el Mercadona y puede beber leche sin haber visto una vaca en toda su vida. Es una realidad incuestionable. Sin embargo, como bien plantea Víctor, el candidato político, si hubiera una bomba que destruyera el mundo, «El señor Cayo podría vivir sin Víctor, pero Víctor no podría vivir sin el señor Cayo». La realidad alejada del mundo rural sigue siendo una realidad, como encontrar leche en el Mercadona, pero es una realidad transformada por los seres humanos. En su origen, se asemejaba mucho más a la del señor Cayo. Y no está bien olvidar los orígenes…