viernes, 12 de julio de 2013

Pedro Páramo

Vine a Comala porque me dijeron que sería feliz.

«En Comala comprendí 
que al lugar donde has sido feliz 
no debieras tratar de volver».

(Joaquín Sabina – Peces de ciudad)


En Comala no he sido feliz, así que debo tratar de volver.

Es cierto ¾confieso con tristeza¾, no he logrado disfrutar plenamente de la novela del mexicano Juan Rulfo. Me he perdido entre las calles de Comala, entre sus personajes, en sus cambios de narrador, en sus historias que dan saltos en el tiempo, en ese realismo mágico del cual esta novela es uno de sus máximos exponentes, pero que a mí me ha confundido.

Pedro Páramo era un libro eternamente pendiente. Mi interés creció a pasos de gigante el día que escuché por primera vez la cita que uso como introducción, el verso de una de mis canciones favoritas de Sabina. Desde ese momento quise viajar a Comala, conocerla, saborear cada uno de sus rincones. Quise intentar ser feliz allí. Ahora que he vuelto de ese viaje tengo recuerdos antagónicos, una mezcla agridulce que hasta que pase un cierto tiempo no voy a ser capaz de digerir. Aunque lo más probable es que tenga que volver a Comala, releer de nuevo Pedro Páramo. Me resisto a no ser feliz en Comala.

Lo que me ha ocurrido con Pedro Páramo no me sorprende. Ya me había pasado con algunos escritores latinoamericanos. Sí, soy uno de esos que no es capaz de terminar Rayuela; Cortázar es un autor que se me atraganta, pese a que en algunos de sus párrafos sienta que toco el cielo. Tampoco pude con Juan Carlos Onetti. Tuve que huir de su Santa María, ese lugar inexistente en el que desarrolló buena parte de su obra literaria. Demasiado caótica para una mente, la mía, que siempre necesita encontrar un sentido.

Supongo que hay sitios que no son para uno. Pero espero sinceramente que Comala no sea uno de ellos. Lo intuyo porque algunas frases del relato no pueden ser más bonitas: «Faltaba para mucho para el amanecer. El cielo estaba lleno de estrellas, gordas, hinchadas de tanta noche. La luna había salido un rato y luego se había ido. Era una de esas lunas tristes que nadie mira, a las que nadie hace caso».

Me contaron que en Comala sería feliz. Pero, por el momento, sólo puedo añadir que «hay pueblos que saben a desdicha». Volveré.

No hay comentarios:

Publicar un comentario