lunes, 1 de julio de 2013

L'amour dure trois ans (la película)

 algunas películas duran demasiado.


Por regla general, me gusta el cine francés. Desde las ingeniosas comedias en las que no puedo parar de reír (como por ejemplo La cena de los idiotas), hasta sus fábulas modernas, como el caso de Amélie. Lo último del país vecino que he visto en el cine creo que ha sido Intocable, esa deliciosa comedia dramática que hace reír y llorar a partes iguales, y que, sobre todo, me conmovió hasta lo más profundo de mis entrañas.

Por eso, y porque me encanta ver las películas francesas en versión original, tenía ciertas esperanzas de disfrutar del viernes por la noche viendo L'amour dure trois ans.

No había leído ninguna crítica. Soy de los que piensan que uno puede darse el lujo, de vez en cuando, de perder un par de horas con la compañía de una mala película. Con los libros soy más exigente; si una novela me va a acompañar durante algunos días, qué menos que merezca la pena. Quizá por eso lleve mucho tiempo en el que prácticamente sólo leo a los clásicos.

Había además otra razón para ver la cinta francesa. Aunque la novela 13,99 euros de Frédéric Beigbeder (ver crítica aquí) no me había terminado de convencer, me parecía que una película basada en otra de las novelas de este autor (y dirigida por él mismo) debía ser, cuanto menos, divertida. Y creo que eso es lo que buscaba: una película divertida, sin pretensiones, pero que me hiciera pasar un buen rato.

Por todas estas razones me tragué la película hasta el final. En ningún momento pensé en dejarla, pero cuando terminó, tuve esa amarga sensación de haber perdido esas dos horas. Concretamente, 98 minutos que dura la cinta. Afortunadamente, duró bastante menos que el amor.

Desgraciadamente no hay mucho que decir sobre ella. El guion es muy flojo y, a partir de ahí, todo los demás deja de tener sentido. La película se desmorona inmediatamente como un castillo de naipes. Demasiados tópicos en una misma historia (el hombre que no cree en el amor que acaba perdidamente enamorado, el amigo fanfarrón y follarín que acaba descubriendo que el amor de su vida es otro hombre, y así hasta la saciedad). Incluso el final, supuestamente sorprendente, me dejó totalmente frío. Sin mencionar que ese final me recordó sospechosamente al de una de las novelas de Michel Houellebecq. De hecho, todo el estilo de Frédéric Beigbeder me recuerda demasiado al del señor Houellebecq y al de Charles Bukowski, el cual aparece incluso al principio de la película a modo de «experto en el amor» que es entrevistado. El problema es que empiezo a creer que F. Beigbeder tiene infinitamente menos talento que cualquier de los otros dos.

En resumen, creo que se le está dando demasiada cancha al publicista, después escritor y ahora también director francés. Algo de talento parece tener, pero intuyo una carrera excesivamente corta. Al menos en el campo de la literatura y del cine. Pero nunca se sabe. En esta sociedad del espectáculo, es posible que «su arte» sí tenga cabida, que dure más de lo que, en la tesis propuesta por la película, dura el amor.

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