Y algunas películas duran demasiado.
Por regla general, me
gusta el cine francés. Desde las ingeniosas comedias en las que no puedo parar
de reír (como por ejemplo La cena de los
idiotas), hasta sus fábulas modernas, como el caso de Amélie. Lo último del país vecino que he visto en el cine creo que
ha sido Intocable, esa deliciosa
comedia dramática que hace reír y llorar a partes iguales, y que, sobre todo,
me conmovió hasta lo más profundo de mis entrañas.
Por eso, y porque me
encanta ver las películas francesas en versión original, tenía ciertas esperanzas
de disfrutar del viernes por la noche viendo L'amour dure trois ans.
No había leído
ninguna crítica. Soy de los que piensan que uno puede darse el lujo, de vez en
cuando, de perder un par de horas con la compañía de una mala película. Con los
libros soy más exigente; si una novela me va a acompañar durante algunos días, qué
menos que merezca la pena. Quizá por eso lleve mucho tiempo en el que prácticamente
sólo leo a los clásicos.
Había además otra
razón para ver la cinta francesa. Aunque la novela 13,99 euros de Frédéric
Beigbeder (ver crítica aquí) no me había terminado de convencer, me parecía que
una película basada en otra de las novelas de este autor (y dirigida por él
mismo) debía ser, cuanto menos, divertida. Y creo que eso es lo que buscaba:
una película divertida, sin pretensiones, pero que me hiciera pasar un buen
rato.
Por todas estas
razones me tragué la película hasta el final. En ningún momento pensé en
dejarla, pero cuando terminó, tuve esa amarga sensación de haber perdido esas
dos horas. Concretamente, 98 minutos que dura la cinta. Afortunadamente, duró
bastante menos que el amor.
Desgraciadamente no
hay mucho que decir sobre ella. El guion es muy flojo y, a partir de ahí, todo
los demás deja de tener sentido. La película se desmorona inmediatamente como
un castillo de naipes. Demasiados tópicos en una misma historia (el hombre que
no cree en el amor que acaba perdidamente enamorado, el amigo fanfarrón y
follarín que acaba descubriendo que el amor de su vida es otro hombre, y así
hasta la saciedad). Incluso el final, supuestamente sorprendente, me dejó
totalmente frío. Sin mencionar que ese final me recordó sospechosamente al de
una de las novelas de Michel Houellebecq. De hecho, todo el estilo de Frédéric
Beigbeder me recuerda demasiado al del señor Houellebecq y al de Charles
Bukowski, el cual aparece incluso al principio de la película a modo de
«experto en el amor» que es entrevistado. El problema es que empiezo a creer
que F. Beigbeder tiene infinitamente menos talento que cualquier de los otros
dos.
En resumen, creo que
se le está dando demasiada cancha al publicista, después escritor y ahora también
director francés. Algo de talento parece tener, pero intuyo una carrera
excesivamente corta. Al menos en el campo de la literatura y del cine. Pero
nunca se sabe. En esta sociedad del espectáculo, es posible que «su arte» sí
tenga cabida, que dure más de lo que, en la tesis propuesta por la película, dura
el amor.
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